Que llegará la paz por una o u otra vía no lo pongo en duda[1]. Otra cosa es que ni ucrainos (que quieren recuperar la integridad de su país a toda costa, incluida Crimea) ni rusos (que no saben cómo salir de ésta con la cabeza alta, o con la cabeza sin más) la deseen ahora y quieran mejorar su posición para iniciar negociaciones en mejores condiciones.
La pregunta pertinente en este momento se formula así: ¿es fiable Rusia a la hora de firmar una paz con ella? Veamos dos elementos de análisis: la trayectoria de Rusia en su expansión desde la implosión de la URSS en 1991[2], por un lado, y los tratados o acuerdos firmados por Rusia desde entonces, por otro.
Analicemos cronológicamente cómo Rusia se ha hecho con fragmentos de territorio ajeno. En primer lugar hay que mencionar las incursiones rusas en Transdnistria, de la mano de sedicentes rusoparlantes moldavos y de nacionalidades diversas. Antes de la implosión soviética, en 1990, el territorio declaró su independencia de Moldavia. Tropas soviéticas se instalaron en la pequeña zona situada más allá de río Dniéster. Hubo un alto el fuego en 1992 y desde entonces, Rusia permanece allí de la mano de su ejército. Son sólo 4.163 kilómetros cuadrados y unos 500.000 habitantes, pero es un símbolo, un síntoma.
En segundo lugar, cabe mencionar su tutela extensa y profunda que Rusia sobre Bielorrusia, que desde 1991 ha devenido Estado títere suyo. No es poca cosa, con sus más de 200.000 kilómetros cuadrados y casi 10 M de habitantes, a coste cero para Rusia. Un perrillo faldero, para sintetizar.
En tercer lugar tenemos a Osetia de Sur y Abjasia, partes de Georgia arrancadas a ésta por Rusia mediante una guerra extremadamente desigual, el reconocimiento de su independencia de facto y el apoyo de las tropas rusas a las osetias. Se trata de una anexión de territorios que son históricamente georgianos. Osetia tiene 50.000 habitantes (en 3.900 kilómetros cuadrados) y Abjasia 8.660 kilómetros cuadrados y algo menos de 250.000 habitantes.
Estas tres situaciones muy similares ponen de relieve el apetito ruso por aumentar su influencia y su control sobre sus vecinos. La señal es inequívoca, y a ella se suma la intervención rusa en Kazajstán en enero de 2022, cuyas tropas fueron llamadas por el presidente kazajo ante disturbios que no podía atajar. Tras la sangrienta represión la situación volvió por donde solía.
Pasemos a ver el comportamiento ruso respecto de sus acuerdos o tratados firmados por ella. El 8 de diciembre de 1991, los dirigentes de Rusia, Bielorrusia y Ucraina se reunieron en la reserva natural de Belavézhskaya Pushcha (Bielorrusia) y firmaron el Tratado de Belavezha, que hacía nacer la Comunidad de Estados Independientes (CEI), al mismo tiempo que moría la URSS. Se supone que se trataba de armonizar los objetivos, intereses y acciones de los países que fueron miembros de la URSS[3]. Entre 2003 y 2005, los presidentes Eduard Shevardnadze (Georgia), Leonid Kuchma (Ucraina) y Askar Akayev (Kirguistán) fueron depuestos y los nuevos gobiernos se orientaron hacia Occidente. Rusia intervino en todos estos países para intentar mantener por la fuerza la orientación prorrusa, vulnerando claramente el espíritu de Bialowieza (es decir, Belavézhskaya en polaco: es el mismo lugar, fronterizo entre ambos países). Sólo lo consiguió en Kirguistán, donde impuso su ejército. En Ucraina y Georgia desencadenó sendas guerras.
El 5/12/1994, Borís Yeltsin (Rusia), Leonid Kuchma (Ucraina), Bill Clinton (EE.UU) y John Major (Reino Unido) firmaron el Memorándum de Budapest sobre garantías de seguridad, por el que Ucraina cedía a Rusia 5.000 ojivas nucleares, junto con 176 misiles balísticos intercontinentales y 44 aviones bombarderos estratégicos, teniendo ambos vectores capacidad nuclear[4]. A cambio, obtenía de Rusia garantías de seguridad frente a las amenazas o el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de Ucrania.
Como saben, Rusia ha hecho caso omiso de lo que firmó: lo hizo en 2014, cuando se anexionó Crimea[5] y lo hizo en 2022, cuando desencadenó esta guerra contra Ucraina. Esta es la fiabilidad de Rusia.
Pero hay más.
[1] Aunque podría, Rusia no ha firmado aún la paz con Japón tras el final de la Segunda Guerra Mundial. La razón estriba en cuatro pequeñas islas (Iturup, Kunashir, Shicotán y Jabomai) del Archipiélago de las Kuriles que la URSS invadió en los estertores de la Segunda Guerra Mundial y no ha devuelto.
[2] Lo hacemos así para no remontarnos a la actitud de la URSS, pues excederíamos el marco propuesto. Es cierto que Rusia se ha autoproclamado heredera de la URSS, por lo que se entiende asume sus planteamientos expansivos. Ignoraremos en el relato los ataques a Finlandia (Guerra de Invierno, 1939), que se saldaron, tras enormes pérdidas soviéticas, con un buen bocado a la integridad territorial finesa. Dejaremos de lado el Pacto Germano Soviético de 1939, por el que la URSS y el III Reich nazi se repartían amistosamente Polonia con cisura en el Vístula. Pasaremos por encima de la invasión en 1918 y anexión en 1940 de Estonia, Letonia y Lituania por parte de la URSS, que tras 1944 las ocupó y finalmente se liberaron del yugo soviético en 1991. Sin olvidar que, en 1945, la URSS se anexionó Königsberg, a la que llamó Kaliningrad, por ser un puerto libre de hielos en invierno. Ni una sola relación histórica previa, nada más que conveniencia.
[3] Salvo Estonia, Letonia y Lituania, que no firmaron el tratado; tampoco Georgia. Los cuatro habían sido incorporados forzosamente a la URSS.
[4] Era el tercer mayor arsenal nuclear del mundo.
[5] El 27 de marzo de 2014, como consecuencia de la crisis de Crimea, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 68/262 (“Integridad territorial de Ucrania”), con 200 votos a favor. Naciones Unidas reconocía a Crimea como parte de Ucrania, rechazando el referéndum sobre el estatus político de la región. Por cierto, Crimea es de Ucraina desde 1954, para celebrar el 300 aniversario del Tratado de Pereyaslavsk.