Carta de los martes del 27 de septiembre de 2022
Queridos amigos:
El 27 de septiembre de 1936, las tropas del ejército nacional liberaron el Alcázar de Toledo, asediado por tropas del Frente Popular desde el día 21 de julio.
El asedio del Alcázar de Toledo fue una larga batalla, irrelevante desde el punto de vista militar, pero que desde una perspectiva simbólica supuso la galvanización del ejército de Franco.
En torno y derredor del Alcázar[1] se enfrentaron los contendientes. Los defensores eran 690 hombres de la Guardia Civil[2], unos 410 soldados de la guarnición de Toledo, ocho cadetes de la Academia de Infantería, uno de la de Artillería y 110 civiles, falangistas en su mayoría. acompañados de sus familias[3]. Su armamento era paupérrimo, consistente en 1.200 fusiles y mosquetones, dos piezas de artillería de montaña de 7 cm. (con 50 proyectiles), 13 ametralladoras Hotchkiss de 7 mm, 13 fusiles ametralladores de la misma marca y calibre y dos morteros de 50 mm. con 50 proyectiles, además de 250 granadas de mano Laffite, 25 granadas de mano incendiarias y 200 petardos pequeños de trilita[4].
Los atacantes[5] tenían inicialmente una batería de artillería de 105 mm., pocos vehículos blindados y tres tanquetas. Las Fuerzas Aéreas de la República bombardearon el Alcázar en 35 ocasiones, apoyados por la artillería. El ejército frentepopulista trasladó a Toledo cuatro nuevas piezas de 155 mm.
A todo esto, ¿por qué se produjo este asedio? El lector sabe que el levantamiento militar del 17 de julio (en África) fracasó en gran parte de España y como consecuencia, comenzó la Guerra Civil. Ante la falta de información fidedigna sobre la situación, el comandante militar de Toledo y coronel director de la Escuela Central de Gimnasia, José Moscardó Ituarte, decidió viajar a Madrid el 18 de julio para tratar de averiguar lo que estaba ocurriendo, a la vista de los enfrentamientos callejeros que se estaban produciendo. Tras comprobar el caos reinante en Madrid, al volver a Toledo ordenó el acuartelamiento de la guarnición. Su primera ocupación fue hallar un edificio que sirviera como refugio en caso de necesidad. Se decantó por el Alcázar de Toledo, una fortaleza capaz de resistir disparos, bien ubicada.
Durante los días 19 y el 20 de julio, el Ministerio de Guerra intentó obtener la munición disponible en la Fábrica de Armas de Toledo; ante cada solicitud, el coronel Moscardó difería la entrega. Finalmente, Moscardó se sublevó el martes 21 de julio y proclamó el estado de guerra, controlando los puntos neurálgicos de la ciudad. La Guardia Civil llevó la munición de la Fábrica de Armas al Alcázar. Ahí comenzó el bombardeo de la aviación frentepopulista sobre el recinto Se efectuó, día tras día, durante más de dos meses.
Al día siguiente, una columna procedente de Madrid al mando del general Riquelme[6] llegó a Toledo y empujó a los sublevados a encerrarse en el edificio del Alcázar[7]. Riquelme ordenó el constante bombardeo de la fortaleza. A partir de ahí, las llamadas a Moscardó desde las más diversas instancias para lograr su rendición fueron constantes durante los primeros días. Conocemos la de Riquelme[8], pero fue precedida por otras cuatro. La primera provino de un Jefe de Servicio del Ministerio de la Guerra, general Manuel Cruz Boullosa[9], el 19 de Julio. La segunda fue del teniente coronel Juan Hernández Saravia, ayudante del Presidente de la República, Manuel Azaña[10]. La tercera fue del Gobernador Civil y diputado de Izquierda Republicana por Coruña, Manuel María Guzmán, a petición del diputado del PSOE José Prat, enviado por el Gobierno. El 20 de julio tuvo lugar la 4ª llamada, del Inspector de la Guardia Civil general Pozas. Amenazaba con enviar una columna armada y con el bombardeo del lugar. El 21 de julio tuvo lugar la 5ª llamada, la del general Riquelme. La sexta fue el 22 de julio, desde el Gobierno Civil[11], conminando a la rendición. Se concedían 2 horas para ello.
La 7ª llamada fue ese mismo día, realizada por el ministro de Instrucción Pública Francisco Barnés, para inducir igualmente a la rendición. La octava, el día 23 de julio, ha pasado a la Historia. La efectuó el Jefe de las milicias socialistas de Toledo, Cándido Cabello. Durante su curso, Cabello amenazó con fusilar aun hijo de Moscardó, Luis, convenientemente detenido, si Moscardó no rendía el Alcázar. El Coronel decidió mantener la defensa, lo que costó la vida al hijo, fusilado en una “saca” el 23 de agosto. Testigo y relator de esa conversación telefónica fue el telefonista del Alcázar D. José Fernández Cela, quien años más tarde reflejó exactamente[12] su contenido.
Ya no hubo más llamadas.
Los atacantes confiaban en un rápido desenlace, pues la situación en el Alcázar era difícil: los bombardeos aéreos no cesaban, el cañoneo era permanente, los alimentos escaseaban[13], el agua estaba racionada[14] y la moral se hallaba muy baja[15].
El 24 de julio los sitiados realizaron una salida para conseguir alimentos, que se limitaron a sacos de trigo. El 25 de julio, debido al corte de electricidad practicado por los asaltantes y ante una noticia falsa difundida por Unión Radio de Madrid de que se había producido la rendición, el capitán Luis Alba Navas salió del Alcázar con la intención de enlazar con las tropas del general Mola para informarles de la verdad[16]. No lo consiguió.
Con el paso del tiempo, la situación fue empeorando. Por un lado, los asaltantes sabían que las tropas de Franco podían llegar a Toledo antes del fin del asedio; por el otro, los defensores sufrían enormes penalidades, al punto de que más de dos decenas de soldados sitiados se rindieron a los asaltantes.
A primeros de agosto los sitiadores terminaron de cercar el Alcázar con alambre de espino para evitar más salidas de los sitiados. Añadieron reflectores.
A la vista de sus infructuosas medidas, el 14 de agosto, los republicanos cambiaron de táctica. Las defensas de la zona norte del Alcázar habían sido notablemente debilitadas por los bombardeos, por lo que, durante los siguientes 35 días, las milicias atacaron hasta once veces la casa del Gobierno Militar allí situada, pero fueron repelidos en todos y cada uno de ellos.
El 22 de agosto, un avión sublevado dejó caer en el patio del Alcázar un gran paquete con alimentos, un código de señales para poder comunicarse con la aviación propia y dos mensajes de ánimo del general Franco, jefe del Ejército de África, que avanzaba desde Extremadura en dirección a Madrid.
El 9 de septiembre, el gobierno frentepopulista intentó hacer salir a las mujeres y a los niños del Alcázar para así minar la moral de los sitiados[17]. Para ello envió distintos emisarios a parlamentar con Moscardó. El primero fue el comandante Vicente Rojo, quien conocía personalmente a Moscardó. No sólo no consiguió su objetivo[18], sino que volvió con la petición de Moscardó de que se les enviara un sacerdote para bautizar a dos niños que habían nacido durante el asedio y dar una misa. El segundo se produjo el día 11 de septiembre. Esta vez fue el canónigo Vázquez Camarasa, quien bautizó a los niños y dio la misa. Se entrevistó con el coronel Moscardó con el mismo fin. La respuesta fue de nuevo negativa[19].
El tercero iba a ser el intento del embajador de Chile en España, Aurelio Núñez Morgado, quien el 13 de septiembre se aproximó al Alcázar, pero los milicianos impidieron que pasara al interior.
Los tres intentos habían sido una apuesta personal del presidente del gobierno, Largo Caballero.
Los frentepopulistas ya no sabían qué hacer para rendir el Alcázar. Habían intentado incendiar el edificio, volar la cocina del recinto y lanzar gases lacrimógenos. Restaba hacer estallar la fortaleza, procedimiento que llevaba en curso algún tiempo[20]. Exigía excavar dos túneles para albergar sendas cargas de TNT de 2.500 Kgrs. cada una, colocadas por mineros asturianos. Para enmascarar el sonido de las excavaciones se intensificó el cañoneo sobre el Alcázar.
El 18 de septiembre terminaron los trabajos de construcción de las galerías[21], que habían comenzado en agosto. Tal era la confianza en el éxito del plan de minado que el presidente del Gobierno Largo Caballero acudió a ver la operación, con parte del gobierno y un séquito de periodistas internacionales para que informaran acerca de cómo la República acababa con la sublevación. La orden de detonación la dio personalmente el presidente Largo Caballero, quien presenció la voladura desde un observatorio. A las 6:31 de la mañana del 18 de septiembre de 1936, tras media hora de bombardeo artillero, estallaron las minas junto a los sótanos del Alcázar. Quedaron completamente destruidas la torre sudoeste y la fachada oeste del edificio, matando a dos defensores que se encontraban en ella[22].
Diez minutos después de la explosión comenzó un asalto masivo por parte de 4 columnas republicanas (2.500 soldados). La primera columna pretendía avanzar por el lugar de la explosión de las minas, pero se encontró con un gigantesco cráter de 7 metros de profundidad. Quien caía en él era tiroteado a placer desde la parte superior de las ruinas del Alcázar. Las tropas que asaltaron el sureste y el oeste del edificio recibieron una ingente cantidad de fuego cruzado. Tan sólo las fuerzas que atacaron la fachada norte lograron pisar el suelo del Alcázar, pero terminaron cayendo en combate tras episodios de lucha cuerpo a cuerpo. Los blindados no pudieron intervenir, obstaculizados por los escombros.
Tras el catastrófico asalto, los agresores (que habían perdido 140 hombres) retomaron su mecánica habitual: bombardear con artillería el Alcázar hasta reducirlo a escombros. El deterioro de los edificios periféricos dio resultado, pues la comunicación entre ellos y el Alcázar devino imposible. La noche del 21 de septiembre[23] se ordenó la retirada de esos edificios.
El día 22, tropas del Ejército del Sur llegaron a seis kilómetros al oeste de Toledo, lo cual motivó que las milicias republicanas se esforzaran en tomar el Alcázar lo antes posible. Las tropas del general Carlos Asensio Cabanillas ocuparon Torrijos. Para los defensores del Alcázar fue un día importante, pues observaron que las baterías frentepopulistas giraron y dispararon en otra dirección.
A las 5 de la mañana del 23 de septiembre, los frentepopulistas asaltaron la brecha norte del Alcázar con granadas y dinamita. Los nacionales contraatacaron. A media mañana se intentó de nuevo, esta vez con un tanque. Fue inútil.
Las columnas, ahora al mando del general José Enrique Varela, llegaron a Toledo el 26 de septiembre. Al día siguiente habían alcanzado el centro de la ciudad. Algunas milicias opusieron resistencia, pero la mayoría se retiró hacia Aranjuez para evitar un cerco.
A las 6:00 del 27, tras media hora de fuego de artillería, una nueva mina explotó junto al Alcázar, pero no llegó a la muralla; se habían quedado cortos. Desesperados, derramaron 7.000 litros de gasolina en la puerta principal para incendiar el Alcázar[24]. Los defensores provocaron el incendio prematuro de la gasolina con granadas de mano. Ese mismo 27 de septiembre, las tropas de Varela controlaron por completo Toledo y fuerzas de Regulares contactaron con los defensores del Alcázar[25]. Al poco se unió el resto del Tabor de Regulares de Tetuán y después, la V Bandera de la Legión.
Así acabaron los 70 días de asedio del Alcázar de Toledo, con 48 muertos y 438 heridos por el bando nacional y una cantidad imposible de cuantificar por parte del ejército frentepopulista.
Del día 28 entró Varela en el patio del Alcázar, donde se hallaban formados los defensores, con el coronel Moscardó al frente. Varela abrazó a Moscardó, se desprendió de una de sus Laureadas[26] y se la prendió. En la mañana del día 29 hizo acto de presencia el mismo Franco, quien impuso al coronel Moscardó la Cruz Laureada de San Fernando a título individual, más la colectiva a todos los defensores del Alcázar.
El ejército de Franco venció en el Alcázar tanto por su heroico y firme desempeño como por la sucesión de errores del Frente Popular, que con una absoluta superioridad de todos los medios no pudo doblegar a los defensores del Alcázar. Las razones fueron varias. La primera fue la descoordinación. Las milicias no obedecían órdenes de los militares ni del gobierno, sino sólo de sus comités locales y sindicatos. A su vez, el Gobierno desconfiaba de los militares de carrera. La segunda, la dispersión. Las milicias operaban más en retaguardia, cazando y matando simpatizantes de la derecha y sacerdotes. Enrique Líster (comunista) calificaba de turistas de guerra a los milicianos que pasaban el día disparando contra los muros del Alcázar y se volvían con sus señoras de compañía a dormir a Madrid. La tercera, la falta de profesionalidad y de organización.
A partir de octubre de 1936 se comenzó a formar lo que fue el embrión del Ejército Popular de la República, integrando a los milicianos en Brigadas Mixtas, compañías y batallones, con sus correspondientes servicios técnicos, que luego se agrupaban en Divisiones, Cuerpos de Ejército y Ejércitos. Pero tampoco consiguieron vencer, ni en batallas relevantes, ni en la Guerra Civil.
La frase de hoy se dio en el Alcázar de Toledo cuando se produjo la entrada del general Varela en el recinto. El coronel Moscardó salió a su paso, se cuadró e informó a su superior de la siguiente forma: “Sin novedad en el Alcázar, mi General”.
Cordiales saludos
José-Ramón Ferrandis
Francisco Largo Caballero visita el asedio del Alcázar, acompañado de oficiales y milicianos.
[1] Por aquél entonces el Alcázar albergaba la Academia de Infantería, Caballería e Intendencia, pero el edificio y su enclave tienen una larga historia tras de sí. No es tanto la consideración de Toledo como cuna de España cuanto el propio Alcázar, pues en ese mismo lugar se alzó el pretorio romano, una residencia de los soberanos visigodos (el rey Leovigildo estableció allí la capitalidad en el año 568), la sede de varios concilios, un casillo musulmán, una residencia de los monarcas de Castilla, palacio de Carlos I y Felipe II y finalmente, la Academia Militar. El Alcázar se sitúa en una de las partes más altas de la ciudad. Es una gran edificación cuadrangular de 60 metros de lado, enmarcada por cuatro grandes torres de 60 metros de altura. Su posición tiene un gran valor estratégico.
[2] Comandados por el teniente coronel de la Benemérita Pedro Romero Basart.
[3] La mayoría de éstos eran familiares de los números de la Guardia Civil, pero había algunos huérfanos, hombres enfermos, las hermanas de la Caridad del Hospital y el capellán, además de algunos frentepopulistas tomados como rehenes. Las mujeres no participaron en la defensa del Alcázar. Por su seguridad no se les permitía cocinar o curar a enfermos y heridos. Los civiles estuvieron a salvo de los ataques de las tropas frentepopulistas. Cinco civiles afines a los sublevados fallecieron por causas naturales. Hubo dos nacimientos durante el sitio.
[4] Lo que no faltó fue munición para las armas ligeras: 800.000 cartuchos de fusil y ametralladora, procedentes de la Fábrica de Armas.
[5] El general José Riquelme, al frente de la columna Toledo, contó con unos 270 miembros del ejército, a los que cupo sumar 550 Guardias de Asalto, 830 milicias regulares (la suma ascendía a unos 1.650 hombres organizados). A ello había que añadir un número no inferior a 1.100 hombres armados procedentes de milicias irregulares, principalmente de la CNT-FAI y la UGT, que dependían directamente de sus partidos y sindicatos. Además, contaban con un número indeterminado de milicianos anarquistas, las “Águilas Libertarias”. Se caracterizaban por su cobardía frente al enemigo en el frente y su crueldad en la retaguardia, donde sembraban el terror. Asesinaron a 286 miembros del clero secular sólo en la diócesis de Toledo. En la tercera semana de septiembre, las fuerzas atacantes llegaron a los 5.000 efectivos al sumar el Batallón Murcia nº 3 y los Batallones Pasionaria y Thäelmann.
[6] Tras Riquelme, la columna fue comandada por otros responsables: el coronel Álvarez Coque, el general Asensio Torrado, el teniente coronel Barceló y el teniente coronel Burillo.
[7] No sin antes frenar a las avanzadillas de la columna en el Hospital de Tavera, cuyo control era preciso para completar el traslado de munición al Alcázar.
[8] El general Riquelme llamó al Alcázar desde el mismo Toledo preguntando a Moscardó qué motivos había para su desafección. Moscardó respondió que la República estaba ahora en poder del marxismo y consideraba deshonrosa e indigna la orden de entregar el armamento de los cadetes a las milicias rojas.
[9] Era privada, en realidad: su intención era que su hijo saliese del Alcázar, ya que era uno de sus cadetes. El hijo quería quedarse con sus compañeros. Moscardó no objetó a su salida.
[10] El 6 de agosto, Hernández Saravia fue nombrado Ministro de la Guerra.
[11] El nuevo Gobernador Civil y Presidente de la Diputación era D. José Vega López. quien llegó a participar en mascaradas sacrílegas vistiendo prendas de arzobispo, como prueban las fotografías.
[12] El texto a continuación consta en el Diario de Operaciones del Alcázar, redactado en tercera persona:
A las diez horas, el jefe de las milicias llamó al Comandante militar, notificándole que tenía en su poder un hijo suyo y que le mandaría fusilar si antes de diez minutos no nos rendíamos, y para que viese era verdad, se ponía el hijo al aparato, el cual, con gran tranquilidad, dijo a su padre que no ocurría nada, cambiándose entre padre e hijo frases de despedida de un gran patriotismo y fervor religioso. Al ponerse al habla el Comandante Militar con el jefe de las milicias, le dijo que podía ahorrarse los diez minutos de plazo que le había dado para el fusilamiento de su hijo, ya que de ninguna manera se rendiría el Alcázar.
[13] Los sitiados sacrificaron los pocos caballos que tenían para alimentarse. Así lo explicó el correspondiente número de “El Alcázar” (en el subsiguiente pie de página se explica de qué se trataba esta publicación) entregado a los defensores el 29 de julio.
[14] Pronto se limitó a 1 litro por persona y día.
[15] Se intentaba mantener alta con la publicación de un periódico mimeografiado, El Alcázar, a cargo del comandante de Infantería Víctor Martínez Simancas, que se editaba dentro de la fortaleza y era repartido diariamente entre los defensores para tenerles informados de lo ocurrido el día anterior y elevar su moral.
[16] Cruzó las líneas frentepopulistas con habilidad, pero en las proximidades de Torrijos fue reconocido por un soldado que había estado a sus órdenes. Fue apresado y fusilado cerca de Burujón. Recibió la Cruz Laureada de San Fernando individual, a título póstumo.
[17] No hay otra explicación; visto lo que hicieron con el hijo del coronel Moscardó, disponer de las esposas e hijos de los sitiados para presionar a éstos les debió parecer una buena idea.
[18] Así lo reflejó Moscardó en el Diario de Operaciones el 11 de septiembre: “De diecinueve horas a diecinueve quince, pide el comandante Rojo hablar con el coronel sobre la evacuación de mujeres y niños, contestándole negativamente”. Nadie quería ponerse en manos de Frente Popular.
[19] Ante la insistencia de Camarasa de que dejara salir a las mujeres, Moscardó hizo llamar a una de ellas, que resultó ser hija del teniente coronel Romero Basart. Se negó a abandonar el Alcázar, mostrando su convicción de unir su destino al de los hombres.
[20] Era una sugerencia directa del Consejo de Ministros.
[21] Una estaba siendo construida por la UGT y la otra por la CNT. Su recorrido exacto era desconocido para el jefe militar frentepopulista.
[22] Los defensores estaban al tanto de la existencia de las minas por las escuchas que hicieron las mujeres en los sótanos. Desde ese momento hicieron seguimiento diario de las perforaciones, lo que fue fundamental para determinar con bastante exactitud la magnitud, efectos y lugar de la explosión. Se pretendía sepultar a 1.700 personas y sólo cayeron 2.
[23] Ese mismo día 21, las columnas del teniente coronel Juan Yagüe que avanzaban desde Talavera de la Reina hacia Madrid tomaron Maqueda, localidad en la que la carretera se bifurcaba hacia Madrid y hacia Toledo. En ese momento, el general Franco decidió parar el avance hacia Madrid y desviarse hacia Toledo. Yagüe protestó airadamente por la decisión y Franco lo sustituyó por el general Varela.
[24] Las columnas libertadoras oyeron la explosión, vieron el incendio y aceleraron el paso.
[25] Se adelantó el teniente de Regulares Lahuerta. Subió por los escombros y recibió el alto. Al responder ¡Regulares de Tetuán! salió de entre las ruinas el teniente de Ingenieros Barber, a quien conocía de Ceuta.
[26] Varela era el único General del Ejército que tenía concedidas dos Medallas Laureadas de San Fernando.