El jueves 22 de septiembre de 2022, tres días antes de las elecciones parlamentarias en Italia[1], la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se descolgó con unas declaraciones sobre las consecuencias de la orientación del voto en el país transalpino, que atentaban directamente contra la soberanía de Italia. Y no sólo contra la soberanía de Italia, sino específicamente contra una de las fuerzas políticas en liza. Impertérrita y risueña, deslizó una velada amenaza si el voto no era de filiación socialdemócrata. No concretó más.
Las elecciones las ha ganado la derecha, pues la gente ha hecho caso omiso de las intimidaciones de la burócrata mayor de Bruselas. Ha sido una victoria rotunda. Y no pasará nada: Von der Leyen ha cumplido las instrucciones recibidas; la alineada prensa en general se ha llevado las manos a la cabeza por la victoria de Meloni; las instituciones italianas concernidas han mirado a otro lado ante semejante intromisión en los asuntos internos de Italia y aquí paz y después, gloria. La ignominia sale gratis a los socialistas de todos los partidos.
De esto y más quería hablarles. La burocracia bruselense entra como caballo en cacharrería cuando se trata de asuntos ajenos a sus competencias. Lo hace segura de que no habrá reacción ni desde dentro de la UE ni desde Italia. ¿Por qué?
En teoría, la soberanía de los países miembros de la UE reside en ellos mismos, en sus ciudadanos[2]. El BREXIT aconteció por razones de soberanía, de nacionalismo, de independencia. No las hubo comerciales, ni económicas, ni mucho menos monetarias, libra esterlina mediante. Fue porque un país soberano no tolera intromisiones de neopseudoimperios de plastilina. Prefieren asumir los costes de la libertad.
Una banda de desharrapados ideológicos con sueldos estratosféricos no dicta la política de inmigración a un pueblo orgulloso de sus tradiciones y de su futuro en libertad, que bastante tiene con gestionar el reflujo de su viejo imperio deshecho.
Habiendo salido la Gran Bretaña de ese algo más que un club en que ha devenido la UE, ésta aprieta las clavijas a países menos poderosos, que además no son miembros de la Eurozona[3]. Así, las amenazas contra Polonia y Hungría, ambos con gobiernos nacionalistas, se suceden. Y se materializan en recortes de financiación, moneda corriente desde hace años. La política migratoria suicida de la UE no es aceptada entre polacos y magiares y lo están pagando[4] con excusas referidas a la política de inmigración en el primer caso y a la independencia del poder judicial húngaro en el segundo[5].
La Comisión de la UE tiene la situación controlada a corto plazo: gestiona los recursos financieros. Y aquí se revela en toda su crudeza la irreversibilidad de ser miembro de la UE y además, relativamente pobre. Y si el país miembro de la UE lo es también de la zona Euro, peor sería su futuro si por ventura quisiera abandonar el club algún día.
Veremos en breve la diabólica situación en que se encontraría ese país … salvo en tres casos. No dejen de estar atentos a la pantalla, por favor. Es distraidito.
Madrid, 27.9.2022
[1] En las que la gran vencedora ha sido la coalición de derechas, con Georgia Meloni (Fratelli d´Italia) a la cabeza de esa coalición, seguida por Silvio Berlusconi y Matteo Salvini.
[2] Cada vez menos: sin competencias monetarias (me refiero a los 19 pertenecientes a la Unión Económica y Monetaria), sin competencias comerciales, ni de atracción de inversiones, ni medioambientales, ni casi energéticas, la UE sólo carece de control sobre las políticas fiscales y de ejército propio. Antes sobrevendrá la parusía que veremos a un general alemán comandando ejércitos franceses.
[3] Ambos conservan sus monedas, el zloty y el forint.
[4] Literalmente. La UE retiene fondos debidos, consignados presupuestariamente y comprometidos, pero no pagados. Ya saben, “el que paga, manda”
[5] Esa independencia del poder judicial que en España está en entredicho desde 1985 (dinamitada por el gobierno socialista de Felipe González) y enterrada en 2022, sin que la Comisión de la UE ose levantar no ya la voz, sino un dedo acusador. Y es que los españoles son gobiernos aquiescentes en extremo con la estrategia destructiva de la UE.